No podría asegurar si son meses o sólo semanas. El asunto es que desde hace tiempo he querido revivir este espacio. Recuerdo que, originalmente, el Botaguas nació como un lugar de cine. Pero hay ocasiones en que el cine no basta para sublimar la pesada carga emocional que arrastro. Y entonces, en esos momentos, escribo.
Como ya es costumbre, no me comprometeré a escribir una vez a la semana y mucho menos me atrevo a sugerir una "línea editorial". Sirvan estas líneas para excusar las prolongadas ausencias, los erráticos textos y cualquier cantidad de sinsentidos que puedan caber aquí.
Y sin mayor explicación mas henchido de provocación, comienzo.
El que escribe es un hombre con severos problemas para terminar relaciones. Es el clásico empleado que trabaja para el jefe después de horario e incluso luego de cesar el contrato laboral. Es el confidente que se mantiene al tanto de las penas y suspiros de amigos -y no tanto-, aun cuando el tiempo y la distancia han creado un cerco entre las realidades presente y pasada. Y claro, es el típico que llama a las ex suegras en sus respectivos cumpleaños, manda abrazos para las ex cuñadas y charla amenamente con quienes dejó de compartir mano, lengua y cama.
El por qué de este peculiar padecimiento -porque se padece, no lo dude-, escapa a mis sobradas habilidades deductivas. Así sucede y ya. Por eso, el objeto de esta entrada no es repensar lo pensado, más bien pretendo celebrar lo ocurrido.
Y entonces relato...
En una más de las aletargadas jornadas de viernes, un saludo casual se convirtió en una de esas charlas amenas. Lo peculiar de la conversación es que no se trató de un recuento de lo más sobresaliente desde la última sesión de Whatsapp. Lo cierto es que, de buenas a primeras, terminé echando tragos de pasado y reviviendo muertos.
El saludo casual era ahora una competencia que, si fuera un programa de TV, llevaría de nombre "Momentos íntimos vergonzosos". Después se convirtió en un recuento de cursilerías tostadas en la ardiente chispa que encendimos. Y como siempre ocurre, hubo espacio para reclamos y comentarios con "chanfle"; porque esos no perdonan, se cuelan a la menor provocación.
Sin embargo, lo "contable" del asunto no es el hecho; en realidad, lo que vale la pena es el aprendizaje. Primero noté que soy un pinche suertudo capaz de mantener cerca a personas importantes, que en algún momento fueron mi mundo y ahora son parte de él. Creo que mi peculiar padecimiento es tortuoso pero tiene su lado disfrutable. Quizá más de uno querría tener cerca la mano que sostuvo por semanas y/o meses, la misma que ya no regala caricias pero está atenta a sostener y empujar cuando hace falta.
Y segundo, hoy tengo claro que al pasado hay que mirarlo al rostro. Huir de él, temerle, dejar de nombrarlo y hasta negarlo es un acto idiota. Lo que fue me hizo y ahora me define, ¿qué de malo tiene recordar sonrisas, enojos y llantos?.
Absolutamente nada.
Valga una palabra de cuidado. Al pasado hay que perderle el respeto pero no jugar ni vivir en él. Nadie quiere compartir su presente con retazos de vidas ajenas. Pero ese es otro tema y seguramente me ocuparé de él en otra ocasión.
Ahora cierro satisfecho por el regreso, por la plática, por la oportunidad y por la suerte. Me queda la confianza, la paciencia y la espera. Y es que todo cae, todo ocurre... basta con apretar las tuercas de cuando en cuando. Pero con cuidado, es una maquinaria delicada, no conviene forzarla.

