Este lunes cerré la puerta de Artes 20 por última vez.
Aquel espacio cercano al mito donde se construyó la historia palabra por palabra es ahora un lugar ajeno.
Dos años antes de hoy, mi paso fugaz dejó de importar al interior de sus helados muros. Sin embargo, siempre supe atesorar un puñado de oportunidades para regresar a la casa donde perdí la sonrisa verdadera.
Pero no más. Hoy cerré la puerta de Artes 20 por última vez. Y con ese portazo me eché encima el montón de recuerdos escondidos entre los adobes y a un costado del maguey.
Hoy recogí del baño de azulejos la memoria de una cara rasurada y expectante. Luego saqué de abajo de la cama los trozos de conversación que no sólo resistieron al tiempo; también lo hicieron a las ganas de olvidar.Y finalmente me guardé las lluvias, las noches que no acaban y las docenas de miedos que se fueron quedando en los rincones.
Al final, antes de irme, regresé al muro de los retratos y volví a guardar la ingenuidad e inocencia que abandoné en ese lugar. ¿Qué haría con esa parte de mí que perdí como se pierden las cosas que saben mejor lejos? Ese trozo de historia lo dejo junto a la desazón y el enojo que me obligó a cerrar la puerta con más fuerza de la necesaria.
Y es que Artes 20 es el pretexto de una desdicha que no acaba.
Al menos me pude deshacer de otra sonrisa a medias. Es cierto que ya no las hacen como antes, pero la verdad es que tampoco soy el que fui. La sonrisa la abandoné en la entrada, en la puerta amarilla donde empezó el romance con mi nueva vida. Ojalá que al verla sepas que no era lo que pensé dejar. Pero qué más da, sin importar lo que dejara, se habría vuelto una ofrenda al tiempo, cuyo incansable andar terminará por machacar el pasado donde nos guardo juntos y al que regreso cada que pienso en lo lejos que está.

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