La palabra que titula esta entrada se escondió cuando quise terminar una relación malsana.
También sirvió de asunto al correo electrónico donde enlisté los porqués del truene.
¿Que por qué escribí mis razones?
Pues porque acabar con dos años de convivencia demanda orden y decoro. Y la verdad, cuando improviso suelo perder tanto el hilo como la elegancia.
Como sea, en este momento, el único coraje que importa es el que siento.
¿El objeto de la rabia?
Yo mismo.
¿La razón?
Dudar.
¿De quién?
De mí.
Y es que, en aquella ocasión -cuando se escondió el coraje-, yo sabía por qué hacía lo que decía y escuchaba lo que quería. Seguro de mi ideas e impresiones, tomé la decisión que hoy sé era adecuada. Pero no sirvió. Faltó coraje y determinación. Decidí (?) seguir y fallé.
Hoy compruebo que las amistosas y aprensivas voces que gustan de hincharme las bolas, en realidad buscan lo mejor.
Al parecer, mi conciencia y razón han sobrevivido a los malos tratos de los últimos años y sienten por quien escribe un respeto mayor al que éste siente por sí mismo.
¿Que por qué digo eso?
Porque sólo alguien con nulo auto respeto habría aceptado los términos y condiciones del contrato que ahora expira. Del mismo modo en que se requiere alguna severa calamidad cerebral para anular la lógica y la sensatez, al actuar en sentido opuesto al que éstas dictan.

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